jueves, 31 de julio de 2014

La lengua andalusí, tan denostada, cuando no ignorada, sigue bien viva entre nosotros.

Nuestras bellotas, nuestro gazpacho, nuestro escabeche, nuestro aceite, las aceitunas, las sandías, el azafrán, el atún, el limón, la naranja, los albaricoques, las berenjenas, la alfalfa, las alubias, el jazmín, los alcornoques, las algarrobas, los jabalíes, la albahaca, el arroz, el azúcar, el almíbar, el ámbar, el algodón, el alcohol, las almohadas, las alfombras, los azulejos, el ajuar, la jaqueca, las alforjas, las argollas, ... son bellísimas palabras de nuestra lengua castellana, que según la Real Academia de la Lengua proceden directamente del árabe andalusí.

Los historiadores y los lingüistas "oficiales" pasan de puntillas por los más de 600 años de dominación musulmana. Es un tema tabú. Queda feo hablar de ello. España se averguenza de su pasado musulmán, pero ahí están varios miles de palabras del idioma andalusí que enriquecieron sobremanera al castellano del norte peninsular llevado a Al-Ándalus por los conquistadores y repobladores cristianos. La musiquita tan característica, los dejes, el acento, la gracia y el salero del habla andaluza y también murciana, extremeña y manchega son una herencia directa de la prohibida y despreciada "algarabía andalusí", hablada por los miles de moros, sobre todo niños, los llamados morisquillos, que fueron capturados como botín de guerra, denigrados a la condición de esclavos en su propia tierra y obligados a "convertirse" y a trabajar para los asesinos de sus padres. Tras más de un siglo de convivencia más o menos pacífica como conversos y numerosos matrimonios mixtos, miles de sus descendientes ya se consideraban o deseaban ser considerados como respetables cristianos de toda la vida, como los de sangre pura y linaje limpio. Aborrecían ser tratados como moriscos conversos y hacían lo imposible por borrar de sus vidas el pasado musulmán de sus abuelos y bisabuelos y la vergonzosa sangre sacracena que corría por sus venas mestizas.

Una minoría de ellos, los moriscos falsamente conversos que a pesar de la brutal represión de la Santa Inquisición, por orgullo, dignidad y respeto hacia sus antepasados, seguían practicando en secreto su religión, su lengua andalusí y sus costumbres, al no ser posible doblegarles, dominarles y aniquilarles culturalmente fueron expulsados cruelmente de la tierra que les vio nacer en el año 1610 en la tan vitoreada por los historiadores "oficiales" Expulsión de los moriscos, un acto execrable y vergonzoso como lo fue también la expulsión de los judíos. 

De nada sirvió echarles de España. En nuestras venas y en las de los hispanoamericanos corre sangre mora y judía, es decir, auténtica sangre andalusí, mezclada con sangre celta, íbera, visigoda, romana, negra... Todos los mediterráneos somos fruto de una hibridación, a veces voluntaria, a veces forzosa, entre numerosas razas y numerosas culturas, lo que se llama vulgarmente "unos mil leches", y una prueba de ello son nuestras lenguas que, aunque pronunciadas de distintas maneras, comparten miles de palabras, nuestra maravillosa gastronomía, desde España, Portugal y Marruecos hasta Turquía, Líbano, Israel y Egipto, sin olvidarnos de Italia y Grecia, basada en el aceite de oliva, las legumbres, el arroz, las verduras y los cítricos, nuestros apellidos, como los terminados en EZ, que en hebreo significa "hijo de", etc...

Caminando por los pueblos y ciudades de Andalucía, Extremadura, Murcia y Castilla-La Mancha no resulta difícil reconocer la impronta andalusí en su J aspirada, su LL, su zeceo, su seseo, su música, su reducción de sílabas finales que comparten con los valencianos, también descendientes de andalusíes (una hartá de reír, María la bien pagá y en Valencia la fideuá, la mascletá, la ben casá, etc...), que no tenían los repobladores del norte de la Península.

Y qué decir de nuestro Flamenco, una bellísima fusión de los cantos y los bailes de los gitanos, los moros y los judíos, que, según los expertos en el Al-Ándalus, entre ellos el profesor Antonio Manuel Rodríguez Ramos de la Universidad de Córdoba, procede de la unión de dos vocablos del árabe andalusí: felah mencub, que significa "el que no tiene nada", el marginado, el desposeido de sus bienes, lengua, cultura y religión, es decir, los moriscos, los judíos y los gitanos, a los que les fue arrebatada la tierra y los bienes, les fue prohibida la lengua y fueron obligados a bautizarse y a renunciar a su religión y su identidad. Así pues, como no podían protestar ni rebelarse abiertamente contra el poder de los nuevos amos cristianos, convirtieron sus cantes y sus bailes en la expresión de su dolor, su pena, su tristeza, su añoranza, su memoria. Era el cante y el baile de los "sin nada", de los felah mencub, de los flamencos. Pero no solo se fusionaron los cantes y los bailes sino también los instrumentos. Nuestra maravillosa guitarra flamenca, del andalusí qitarah, es fruto de la fusión entre las cítaras castellanas, los laúdes árabes y las sitar indúes de los gitanos. 

Tan grande fue la impronta de la lengua andalusí en el castellano medieval de los repobladores que algunas de las exclamaciones más típicas de los españoles: ¡Ojalá!, ¡Hala!, ¡Ole!, ¡Ele!, ¡Alalá! son en realidad una astuta forma ingeniosamente encubierta de alabar o invocar a su dios Alah, que se contagió a los cristianos viejos sin que se dieran cuenta: Oh Al.lah ---> Ojalá, etc...

Y como muestra de la inequívoca herencia andalusí del mal llamado "dialecto andaluz", aquí van varios cientos de los más de 7.500 vocablos procedentes del árabe hablado en el Al-Andalus que enriquecieron sobremanera el idioma castellano, el único derivado del latín con el fonema J que procede sin ninguna duda del andalusí. (Recordemos que en la Castilla anterior a la "Reconquista" la J era X ó LL (Ximena--->Jimena, mulleres--->mujeres, etc...):

"acebuche, aceifa, aceite, aceituna, aceituní, acelga, acémila, aceña, acequia, acerola, acicate, adalid, adarga, adarve, adelfa, aduana, adufe, afanar, ajabeba, ajedrea, ajedrez, ajimez, ajonjolí, ajorca, ajuagas, ajuar, alacena, alacrán, alajú, alambique, alarde, alarife, alazán, alazor, albacea, albacora, albahaca, albaida, albañal, albañil, albarán, albarda, albarrán, albaricoque, albayalde, albenda, albéitar, alberca, albóndiga, albornoz, alboronía, albur, alcabala, alcabor, alcachofa, alcaduz, alcahaz, alcahuete, alcaide, alcalde, álcali, alcaller, alcana, alcancía, alcanfor, alcántara, alcantarilla, alcaraván, alcaravea, alcatifa, alcatraz, alcaucil, alcaudón, alcazaba, alcázar, alcoba, alcohela, alcohol, alcor, alcorza, alcornoque, alcorque, alcubilla, alcurnia, alcuza, alcuzcuz, aldaba, aldea, alerce, alfaba, alfaguara, alfaida, alfajor, alfalfa, alfanje, alfaqueque, alfaquí, alfar, alfahar, alfaraz, alfarero, alfarería, alfarje, alfaya, alfayate, alféizar, alfeñique, alférez, alferecía, alfiler, alfolí, alfombra, alfóncigo, alforja, alfoz, algaba, algaida, algar, algara, algarrada, algarabía, algarroba, algazara, álgebra, algodón, alguacil, alhaja, alhamar, alhanía, alharaca, alheite, alhelí, alheña, alhóndiga, alhucema, alicatar, alicate, alidada, aljaba, aljama, aljamía, aljaraz, aljecero, aljibe, aljofaina, aljófar, aljofifa, aljuba, almacabra, almacén, almáciga, almadén, almádena, almadraba, almagre, almajar, almalafa, almanaque, almarjo, almazara, almea, almejía, almena, almez, almíbar, almidón, almijar, almirez, almizcle, almocadén, almocafre, almocárabe, almocrebe, almocrí, almodón, almodrote, almófar, almogávar, almohada, almohade, almojábana, almojama, almojarife, almojarifazgo, almona, almoneda, almoraduj, almotacén, almozala, almud, almudí, almuédano, almunia, alpargata, alpiste, alquería, alquibla, alquiler, alquimia, alquitrán, altabaca, altramuz, alubia, ámbar, andrajo, andrajoso, añafil, añil, arambel, arancel, arcaduz, argolla, arrabal, arracada, arráez, arrayán, arre, arrecife, arrelde, arriate, arriaz, arriero, arroba, arrope, arroz, arsenal, atabal, atafea, ataharre, atalaya, atarazana, ataujía, atracar, atraco, atún, azabache, azabara, azacán, azafata, azafate, azafea, azafrán, azahar, azalá, azar, azogue, azotar, azote, azotea, azúcar, azucena, azud, azufaifa, azul, azulejo, azúmbar, azumbre, badana, baladí, balde, barbacana, barragán, barrio, bata, batea, bellota, berenjena, cahíz, calafate, calafatear, califa, califato, candil, carmen, carmesí, carraca, catifa, cazuz, celemín, cenefa, cid, cifra, cicatero, dado, daga, dársena, dinero, diván, elche, emir, emirato, encaramar, engarzar, erre, escabeche, escaque, escarlata, exarico, fanega, fanfarrón, faralá, fárfara, farra, farruco, feria, fideo, flamenco, fulano, galima, gandul, gañán, gazpacho, guadamacil, guarismo, guitarra, hala, haragán, hasta, hazaña, jabalí, jábega, jabeque, jaez, jaharí, jalear, jaleo, jaqueca, jáquima, jara, jarabe, jaraíz, jaral, jarcha, jareta, jarra, jarrón, jazmín, jeque, jinete, jofaina, jofor, joroba, jorobar, juba, jubón, laca, laúd, leila, lima, limón, madraza, majo, mamarracho, mandil, maquila, maravedí, marchamo, marfil, margomar, maroma, marrano, marras, matraca, mazmorra, mazorca, medina, mejunje, melena, mengano, mezquino, mezquita, moaxaja, moheda, mojama, mona, mozárabe, mudéjar, nácar, naranja, nazarí, nenúfar, noria, ojalá, olé, paparajote, quermes, quilate, quintal, rabal, rabel, rafal, rafe, rambla, rebato, recamar, recua, redoma, rehén, rejalgar, retama, rincón, ronzal, roque, salema, sandía, sorbete, sunna, tabaque, tabique, tagarnina, tahalí, tahona, talco, talega, talego, támara, tambor, tara, taracea, taraje, tarea, tarifa, tarima, taza, tazón, toronja, toronjil, tutía, zábila, zafar, zafio, zaga, zagal, zaguán, zahora, zahorí, zaino, zalama, zalamería, zamacuco, zambra, zanahoria, zaragüelles, zaratán, zarco, zéjel, zorzal, zulaque, zumaque, zurriaga, etc.. y varios miles más".

A todo ello debemos añadir los miles y miles de topónimos andalusíes repartidos por todo el antiguo territorio de Al-Andalus, desde el nombre de la capital de España, Madrid (Maǧrīţ), hasta Sevilla (Ishbiliya), Murcia (Mursiya), Valencia (Balansiya), Granada (Garnata), Almería (al-Mariyyat), Alicante (al-Laqant), Badajoz (Batalyaws), Cuenca (Qunka), Albacete (al-Basit), Guadalajara (wad al-hayarah), Alcalá de Henares (al-qal'a Nahar), Guadalquivir (wad al-Kabir), Albaicín (al-Bayyazin), Guadix (wad-as), Baeza (Bayyasa), Guadiana (wadi-ana), Ubrique (Ourique), Algeciras (al-Yazira al-jadra), Medina Azahara (Madinat al-Zahra), Alcántara y Alcantarilla (al-Qantarat), Málaga (de Malaqa, que tanto en árabe como en hebreo significa reina, palabra que a su vez procede del idioma de los fenicos fundadores de la ciudad que dedicaron a su dios Melqart), Benamahoma (Bani-Muhammad ó Ibn-Muhammad), Benalmádena, Benaocaz, Benaoján, Benalup, Beniaján, Beniel, Algaida, Alcudia, Iznájar, Alhambra, etc...

¿Cuántas de estas palabras andalusíes utilizamos a diario en nuestra vida cotidiana? 

Nota aclaratoria: La lengua andalusí, la que hablaban los habitantes de al-Ándalus, desde Lisboa hasta Menorca y desde Zaragoza hasta Cádiz, no era árabe propiamente dicho. Era una curiosa mezcla entre el romance derivado del latín vulgar, hablado por la población de Iberia antes de la conquista de la península ibérica y las islas Baleares por los musulmanes, y el árabe bereber del norte de África de los nuevos dominadores.

 

 

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